525,600 momentos para aprender

Quinientos veinticinco mil seiscientos minutos… Así comienza mi canción favorita de Rent, el musical. ¿Cómo mides el año de la vida de un hombre o una mujer?

¿En sonrisas? ¿Puestas de sol? ¿o tazas de café?

Tiempos de Amor, Rent el Musical (Donde sale mi buen amigo Yogui)

Quinientos veinticinco mil seiscientos momentos de amor. Anoche quise volver a escuchar Seasons of Love (Estaciones de amor) porque sí. Porque vi que estaba en la cartelera el musical en la TV. No fue hasta que estaba saboreando cada nota y cada letra de la pieza polofónica que tomé consciencia de que terminamos precisamente esta vuelta alrededor del sol.

¿Cómo medir mi propio año? ¿Qué va a representar este año en mi vida? «Un año de muchos aprendizajes» dicen algunos. Pero, ¿serán muchos para mí? ¿Cuántos en realidad?

Ciertamente soy un año más viejo, no estoy seguro de ser un año más sabio.

Desde hace siete u ocho años, en lugar de hacerme propósitos, elijo una palabra para darle un matiz a mi año. El 31 de diciembre de 2019 decidí que mi 2020 sería el año del «Aprendiz».

Quería dejar de ser «maestro» para convertirme en «aprendiz». Quería aprender de todo. Empecé poniendo por el suelo mi postura de «ya lo sé» y busqué cambiarla por una actitud de «dime más». No fue sencillo al principio. Más aún, pues se supone que me pagan para enseñar a otros.

Decidí que no sería más un maestro o profesor, sino un alumno que llegó antes, como si fuera el compañero del año superior en el bachillerato, pero sin la parte del bulling.

Entonces entré a la pandemia con ojos nuevos. Y cuando empezamos a trabajar virtualmente y cuando comenzaron a pasar más tiempo en casa mis hijos, se dio la magia. La magia de ver todo con ojos nuevos. Sobre todo en las personas.

Ya me desesperaban los empleadores que se oponían al trabajo remoto… si hubiera conservado mi actitud de «profesor» hubiera recalcado «se los dije». Pero en plan de aprendiz, abrí la boca para preguntar «¿qué ha funcionado para ti? ¿en qué estás batallando? ¿hay algo en que pueda ayudarte?». Y así se fueron abriendo oportunidades de colaboración, con Yogui y Lalo (mi hermano).

Hicimos negocios nuevos, abrimos una escuela de desarrollo con grandes compañeros. Llegamos a más de trescientas personas y muchos de ellos me trajeron grandes aprendizajes. Aprendí de Arturo, Fernando, Paulina y Ross, los maestros fundadores de Plenia.

Alguien me decía: «No tienes que estar en todas sus clases»… «No, yo lo sé, pero quería aprender de ellos».

Pero el más grande regalo que me trajo este tiempo fue el conocer y conectarme con mis hijos como nunca antes. A cada uno en un nivel más especial.

Conocía a mi hija mayor, por supuesto, pero cada quien tenía su rol. Yo de padre providente, ella de hija obediente. Es super aplicada, trabajadora e inteligente. Como ya no podía salir de casa los fines de semana, comenzamos a platicar más. Como dejé de enseñar, empecé a preguntar y a aprender de ella.

Ya sé que muchos dicen que los hijos vienen a enseñarnos, pero cuando sigo con pose de maestro no tengo mucho que aprender.

¡Qué regalo más grande me ha dado mi hija! Cuando me siento cansado o frustrado, pienso en ella y digo, «¿qué haría ella en este momento?» Entonces me levanto y continúo con el trabajo.

Aprendí qué le gusta, que no, qué le cuesta y qué le duele. Aprendí sobre sus miedos y sus sueños y sobre lo que ella piensa de la vida. Aprendí a hablarle en su propio lenguaje de amor y creo que ahora ella aprendió cuánto la amo.

De mis otros dos hijos ya había escrito antes. Me han sorprendido también. Los veo con ojos nuevos. No solo me sorprende cómo han crecido en este tiempo, sino conocer cualidades que, si bien ya sabía que tenían, puedo, al igual que el musical, verlos una y otra vez.

Recuerdo cuando los contemplaba de bebés acostados en su cuna. Que veía sus manitas tan pequeñas y perfectas. Ahora los veo ya grandes y hasta fuertes. Alex con sus guantes de box pegando al costal con tantas ganas que me da miedo atravesarme y que me alcance un golpe.

Y mi hija menor, con sus reflexiones filosóficas tan increíbles.

Le dije: «qué difícil que esto haya acabado con la normalidad» y me respondió: «Papá, ¿no crees que en realidad nosotros estábamos viviendo fuera de lo normal? O sea, siempre han habido dificultades… guerras, hambres… etc… si vemos la historia del mundo… nosotros éramos los diferentes».

No sé si fui un buen aprendiz, pero creo que muchos aprendizajes me llevo de este año. Aprendí que no necesito todo lo que pensaba, que puedo sobrevivir con un par de zapatos y dos camisas, que las cosas pequeñas valen tanto como las grandes. Que es más sencillo hacer ejercicio cuando lo haces de poco en poco. Que el corazón puede conectarse aunque no estemos en el mismo lugar.

Aprendí a compartir, a conectar en espíritu a través de la pantalla. Lloramos juntos, reímos juntos, amamos juntos… a pesar de estar a kilómetros de distancia. El Zoom nos permitió hacer eso, precisamente un «Zoom» para ver al vecino, del otro lado del internet. A fijarme en la persona, más allá de los atuendos y la parafernalia.

Creo que seguiré con esta actitud de aprendiz por mucho tiempo más… he elegido una palabra nueva, para el 2021. Pero quiero seguir aprendiendo y le doy gracias a Dios por estos grandes maestros que me pone en el camino.

Sabes, desde hace mucho que pienso que la vida es como un tren y compartimos el vagón con otros desconocidos. Espero que dejemos de serlo, que puedas llevarte algo de mí y sobre todo que pueda aprender mucho de ti.

Te deseo un feliz, pero muy Feliz Año Nuevo.

About the author

Me gusta el aprendizaje, el crecimiento, contribuir al mundo; amo a mis hijos; explico cosas; comparto mis pensamientos; escucho a los demás; practico la filosofía y el coaching; doy conferencias, talleres y clases a quien se deje; me gusta dejar un pedacito de mí en la vida de las personas.