Cómo vencí mi miedo más grande con un café

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Para muchos escritores no hay nada más temido que una hoja en blanco. La hoja en blanco significa el riesgo de fallar. Piensan una y otra vez cómo comenzarán su historia. Cuál es la palabra adecuada, qué decir y qué no. 

La gente tiene cada vez menos rango de atención, si no los has cautivado en los primeros segundos, bye. Se van y no vuelven a verte. Así que el bloqueo del escritor (writer’s block) es cada vez más agudo.

Mucho se ha dicho y estudiado este fenómeno. Hay libros y cursos enteros para escritores, sólo en este tema.

Para mí, la hoja en blanco, durante muchos años significó otra cosa.

Cuando era niño amaba escribir. En realidad, amaba hacerlo. En secundaria nos encargaron escribir un cuento, era un ejercicio simple, escribir una historia con presentación, conflicto, clímax y desenlace, donde hubiera al menos un personaje y podía estar escrito en primera o tercera persona.

La idea me emocionó demasiado, desde el momento en que la maestra nos dio la tarea comencé a imaginar cómo sería mi historia. Hablaría de castillos, caballeros y dragones… o quizá de naves espaciales y pilotos audaces… tal vez podría hablar de indios y vaqueros o de detectives.

El tiempo se terminaba y cuando estaba a punto de llegar la fecha de entrega no tenía nada.

Un día, la maestra nos recordó que se acercaba el límite. Debíamos entregar nuestros escritos al día siguiente y no tenía ni una sola línea escrita. Había comenzado una y otra vez y el cesto de basura junto a mi escritorio estaba lleno de papeles arrugados, con dos o tres líneas, cuando mucho, cada uno.

Dediqué toda esa tarde a darle vueltas al asunto. Estaba estresado… qué digo estresado… estaba sumido en angustia y vergüenza. Yo era un escritor excelente. Había ganado algunos concursos. ¡Cómo iba a fallar esta vez! Sentía la responsabilidad sobre mis hombros.

Entonces, unos pocos minutos antes de la cena me llegó un chispazo de inspiración y comencé a escribir sobre lo que estaba viviendo. Comencé mi hoja escribiendo: “La maestra nos encargó escribir un cuento…”. 

Conté mi historia, con la estructura perfectamente marcada. Llena de emociones, al principio esperanzadoras, inspiradoras. Luego, emergía la tensión y en el clímax la angustia escurría por la hoja. Contaba cómo el protagonista estaba ya sin uñas, trepado sobre su mesa, con cientos de papeles arrugados por doquier y casi arañando las paredes… hasta que llegó la solución…. Eureka, lo había encontrado, tomó una hoja nueva y comenzó a escribir: “La maestra nos encargó escribir un cuento…”

Mi historia fue alabada. Se leyó como ejemplo en todos los salones del grado. La maestra me felicitó una y otra vez. Aunque me sentía feliz por los alagos, en realidad no podía más que admirar mi propio escrito, como a “un hijo”(guardando las debidas proporciones, aclaro). 

Años más tarde, en la preparatoria volvieron a pedir un cuento. En esta ocasión, además de tener cierta estructura debía estar escrita en una sola página, llenar la hoja de principio a fin. Emocionado por el encargo, volví a pensar en todos los posibles temas. Mi reto no era el tema sino que fuera de una página exacta. Entonces escribí algo como esto:

“Tomo esta hoja en blanco, dispuesto a llenarla con mis palabras…” Fui llenando la página. 

“Escribiré un párrafo y luego otro. Pensaré en un ejemplo, como cuando quieres explicarle algo a un niño, utilizando palabras sencillas…” Durante el conflicto, hablé sobre cómo no me venían las palabras y cuánto faltaba por llenarla. Conforme se llegaba al final de la página, era mayor la emoción: “ya casi termino, casi lo logro”. Y en el último renglón de la hoja, a dos y medio centrímetros del filo (como lo indicaban las especificaciones) terminaba diciendo “No me queda nada más que poner el punto final.” 

¡Era una obra de arte!

Podía leerla y volverla a leer. No creía cómo había salido eso de mí. No me importaba que me reconocieran, simplemente me gustaba hacerlo y me sentía feliz.

Lo entregué junto con el resto del salón. Se trataba de un concurso en la escuela y nuevamente mi trabajo quedó seleccionado. El maestro de “Redacción” leyó los trabajos finalistas en cada grupo y entonces sucedió… un alumno fue en secreto con el profesor a explicar cómo mi cuento YA HABÍA SIDO PRESENTADO ANTERIORMENTE. Y quedé descalificado.

No quedó ahí. El profesor anunció la noticia en público, en cada uno de los salones. “Alejandro ha quedado descalificado por haber hecho trampa y presentar un trabajo con el que ya había ganado”. 

Era como si hubieran descalificado a Frida Kahlo de copia por pintar mujeres con flores o a Botero le hubieran dicho que sólo podía pintar un solo caballo gordo en su vida. Me sentía indignado, traicionado e impotente. Por más que reclamé y expliqué que se trataba de obras diferentes con un mismo tema, estaba tan enojado que sólo empeoré las cosas. 

Entonces me puse mi propio grillete y juré a mí mismo que jamás compartiría mis escritos CON NADIE…

De vez en cuando la fuente dentro de mí volvía a dictarme palabras y era tan fuerte su voz que rompía mi propia promesa. Alguna vez di clic en “Publicar” en facebook o imprimí algún pensamiento que compartí con los cercanos. Pero solo eso. Dos o tres likes y uno que otro comentario. Hasta ahí. A salvo, en lo secreto. Discreto. 

Hasta que ese día en el café una mañana. Sentado a la mesa con Arturo que me interpeló: “¿Por qué no escribes?”

— ¡Qué!, exclamé más que preguntar

— Deberías escribir, tienes talento… yo me acuerdo de “La página en blanco”

— ¡Qué!, exclamé más fuerte todavía, con mis ojos abiertos como nunca.

¿Qué sabía él de ese escrito? ¿Cómo sabía de su existencia? ¿Por qué quería sacar un tema tan vergonzoso y hasta ofensivo?

— Recuerdo que una ocasión —dijo— estábamos en casa de tu papá. No recuerdo bien qué estábamos haciendo. Pero en la cocina había un folder tuyo y mientras esperaba, curiosando, lo abrí y había un cuento. Estaba muy bueno, yo me acuerdo. En página completa. Se llamaba “La página en blanco”. 

Mis ojos que estaban a punto de salirse, por fin reventaron y derramaron tantas lágrimas como un niño. Yo no lo podía creer. Con ese escrito sepulté —no solo mi talento— sino mi pasión. Yo no sé si soy bueno o no, comparado con el resto de los escritores. ¡Me vale! En verdad no me importa que me califiquen, lo que sí sé es que ésto es lo mejor que sé hacer y lo que más me gusta.

No me importa quedar en el lugar mil, dos mil o tres millones. Simplemente me apasiona y lo dejé enterrado.

Le conté lo que había sufrido y pude liberar la carga que llevé por más de veinte años.

— Alex, ya habías contado esta historia — dice un lector imaginario que todavía me acusa. Pero simplemente lo ignoro. Es otro “caballo gordo” no es el mismo, aquél era café, éste es blanco y además tiene un torero montado encima.

¿Qué te detiene a ti para sacar lo mejor de tus talentos? ¿Nos hemos burlado de ti? ¿Te hemos acusado? Perdónanos. En serio. Te pido perdón a nombre mío y de mis compañeros de especie humana. ¡Somos tan ingenuos!

No te ates. Libérate. No permitas que tus miedos te detengan. Nos privas de lo mejor de ti.

No tienes que ser el mejor del mundo, pero sí tienes que ser lo mejor que puedas hoy. Un día a la vez, de decisión en decisión.

Vence esas dudas. Avanza hacia adelante. Hazlo.

Por eso esribí mi libro en este tema. Por eso no dejo de hablar al respecto. Por eso no quiero que pases por lo que yo he pasado. No quiero que llegues a los cuarenta con tus escritos encerrados, con tus pensamientos aturdidos. Si quieres pintar, pinta. Si quieres bailar, baila. Si quieres amar, ama.

Porque el arte, la música y el amor dentro de ti, no vienen de ti y si se quedan ahí se estancan.

Voy a hacer algo alocado. Si has llegado hasta aquí leyendo quiero agradecerte y quiero darte lo mejor que he hecho hasta el momento. Tal vez no sea el mejor libro que hayas leído pero sí el mejor que he escrito (anque sea el único) y te explico cómo funcionan estos grilletes que hemos puesto para “protegernos” y cómo derribarlos.

Te lo doy. Es un regalo. Literalmente, lo pagaré yo. Ingresa a www.vencetusdudas.com y conoce más al respecto. 

Bonita semana,

Alex

About the author

Me gusta el aprendizaje, el crecimiento, contribuir al mundo; amo a mis hijos; explico cosas; comparto mis pensamientos; escucho a los demás; practico la filosofía y el coaching; doy conferencias, talleres y clases a quien se deje; me gusta dejar un pedacito de mí en la vida de las personas.

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