El ejemplo, una gran lección de liderazgo…

El hermano Alejandro era el director de nuestro colegio durante mis primeros años de escuela. Era un hombre alto y para los niños de primero parecía un gigante. Tenía manos fuertes y cuando te saludaba sentías que te arrancaba el brazo. Caminaba por los pasillos platicando con los alumnos y recogiendo basura. Se inclinaba ante un empaque vacío o un vaso desechable aplastado y lo tomaba para dejarlo en el bote de basura más cercano. Cuando lo hacía, era inevitable imitarlo. Me sentía avergonzado de haber dejado la servilleta y la bolsa del lonche donde estaba jugando. Así que terminaba haciendo lo mismo que él.

Todavía lo recuerdo y conservo el hábito que me enseñó, aunque nunca usó palabras para decirlo. Jamás lo escuché predicar: «Niños, tienen que mantener la escuela limpia».

El ejemplo no es la mejor manera de enseñar, es la única. Albert Einstein

Un verdadero líder predica con el ejemplo; enseña, no adiestra; educa, no adoctrina.

Hay tres prácticas imprescindibles para ser un líder que predica con el ejemplo (Esta vez no citaré al autor, porque encontré en tres lugares distintos la misma información y todos se atribuyen autoría… ya sé… me encabrona que hagan eso… Pero aclaro que no es mío):

  1. Tomar conciencia de tus palabras, acciones y comportamientos. Cuando decimos una cosa y hacemos otra, la gente lo nota y ¿sabes qué imitarán? Exacto, lo que haces y peor aún, perderás la autoridad. Considera todo lo que dices, haces y no haces. Haz una revisión y elimina las prácticas que te desfavorecen.
  2. Determinar y modelar los comportamientos deseados. Piensa qué comportamientos deseas generar en tu equipo y busca modelos a quien imitar tú mismo. Practica. ¿Qué te gustaría que los demás hicieran? Ahora hazlo tú mismo.
  3. Limpiar y re dirigir cualquier ejemplo destructivo. Tuyo y de alguien más. Señala el comportamiento, y ponte la meta de eliminarlo o re direccionarlo.

José Luis fue contratado como director divisional en una cadena de tiendas de conveniencia. Era su primera participación en la Junta Directiva en la capital del país. La reunión se llevaría a cabo el miércoles por la mañana. El programa incluía una visita de los directores a una de sus tiendas localizada justo frente al hotel donde sería la junta.

El martes por la noche, después de haber trabajado todo el día en los preparativos, José Luis y otro director decidieron visitar la tienda para comer algo antes de irse a descansar. Eran casi las diez de la noche. Al llegar descubrieron que el lugar era un desastre. Había un solo cajero, los estantes desalineados, los enfriadores vacíos, productos mal apilados, el área de café sucia y basura por todo el piso.

«Pasó por aquí un tornado», pesó para sí.

– ¿Qué pasó, amigo? – preguntó José Luis – ¿Lo dejaron solo?

– Sí, Señor – dijo el empleado – no llegaron los del turno de noche así que me he tenido que quedar a doblar y han seguido llegando tantos clientes que no me he despegado de la caja para acomodar las cosas.

El segundo director no cabía de la rabia.

– Esto es un desastre! – refunfuñó – ¿Dónde está el gerente? ¿Qué hay del supervisor? Mañana es la visita de la directiva, ¿no les informaron?

– Sí, Señor – replicó el cajero – me dijeron que enviarán a un equipo a que me ayude a acomodar la tienda en la madrugada, que llegaban a las cinco.

José Luis calmó a su compañero y dijo «Vamos a ayudarle». Se quitó el saco y la corbata, los colocó donde encontró un lugar para colgarlos y se arremangó la camisa. Entró a los enfriadores y comenzó a acomodar las cajas de refresco y el hielo. El otro director siguió caminando de un lado a otro, intentando hacer llamadas, desesperado, furioso. Mientras miraba de reojo a José Luis trabajando. Después de unos momentos, cedió.

– «¡Qué más da, Chingados!»… – exhaló y se puso a hacer lo mismo.

Dejó a un costado su atuendo y arremangado tomó unas cajas y empezó a acomodar los productos.

Los clientes seguían llegando y el cajero seguía atendiendo. Entre cliente y cliente, logró comunicarse con sus jefes y una hora más tarde estaba un equipo trabajando. Poco después de la media noche la tienda estuvo lista.

El supervisor se acercó a los directores para disculparse. Cualquiera lo hubiera despedido en el momento. Pero José Luis le indicó que lo llamaría después, cuando fuera indicado. Tuvo la oportunidad de corregirlo, de llamar su atención de forma efectiva al día siguiente. Pero aprovechó la ocasión para darle una lección más importante.

La principal lección no es «mantén siempre limpia tu tienda (o tu escuela)» sino «predica con el ejemplo».

El hermano Alejandro y José Luis no me dieron lecciones de limpieza, me dieron una gran lección de liderazgo. Hagamos lo mismo.

Bonita Semana.

About the author

Me gusta el aprendizaje, el crecimiento, contribuir al mundo; amo a mis hijos; explico cosas; comparto mis pensamientos; escucho a los demás; practico la filosofía y el coaching; doy conferencias, talleres y clases a quien se deje; me gusta dejar un pedacito de mí en la vida de las personas.

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