No creo en Dios…

– No creo en Dios – me decía Scott, un joven supervisor mientras cenábamos después de una larga jornada de trabajo.

Su piel oscura hacía resaltar más el blanco de sus ojos grandes. Era un tipo alegre, animado y siempre tenía una chispa que lo hacía destacar, era delgado y vestía más elegante que el resto de los supervisores. Apenas tenía unos veinte o veintidós años y ya estaba marcado por la experiencia. Me sorprendía con su trabajo y por el ánimo y la calidez con la que trataba a su equipo. Llevábamos todo el día conviviendo y durante la cena conversábamos temas más personales. Fue entonces cuando, en respuesta a una exclamación que hice, contestó: «No creo en Dios».

– Todos creemos en algo – objeté – tú crees que Dios no existe y eso es una creencia.

– Pero no es creencia, es conocimiento.

– …¿y qué me dices acerca de las matemáticas, por ejemplo de la medida de PI o, en la física o la química, que el átomo tiene núcleo y electrones? ¿Eso es creencia o conocimiento?

– Conocimiento, por supuesto – replicó.

– ¿Por qué es conocimiento? ¿Cómo lo sabes?

– Porque alguien más lo ha descubierto.

– ¿Y tú le crees a esa persona?

– Sí.

– Pero nunca has visto el átomo, o nunca has medido una circunferencia con exactitud.

– No, claro.

– Entonces, le crees sin haber visto y, por lo tanto, es creencia… ¿qué me dices acerca de la historia? ¿De que existió Cristobal Colón? ¿Que existieron los egipcios, los mayas y los aztecas y que eran como nos lo cuentan? ¿Cómo lo sabes?

– Lo creo porque hay pruebas.

– …y ¿no pudieran las interpretaciones que se han hecho acerca de esas pruebas estar equivocadas? Tú has leído a Descartes – proseguí – Él propone la duda como método. Dice ‘dudemos por un momento de todo. Dudaremos que algo es verdad o mentira, que hay cielo, que lo que vemos es real; dudemos de todo hasta encontrar lo indubitable, es decir, algo que no podamos dudar’. Él le llama encontrar una idea clara y distinta. Esto es, que se presenta directamente ante nosotros con tal evidencia que es clara para nosotros, podemos percibirla con nitidez; y distinta, que no la confundimos con otra, que podemos diferenciar con facilidad entre una idea y otra más; es específica y no general.

– Estoy de acuerdo.

– Muy bien – le dije – cuando Descartes hizo este ejercicio cambió el curso de la historia. Acabó con cinco siglos de oscurantismo, pasividad y repetición e inauguró la era de la Ilustración, del saber y de la ciencia. Yo te quiero retar a que hagamos el mismo ejercicio. ¿Dices que dudas de la existencia de Dios?

– No dudo, estoy seguro de que no existe.

– Entonces, dudemos un momento de su no existencia… y dudemos también de que existe. Dudemos de que tú y yo estamos aquí platicando. Puede ser solo un sueño. Dudemos de que existe este mundo e imaginemos que nada de lo que conoces es verdad. Ahora ponte de frente a lo que queda. ¿Qué hay? ¿Qué queda ahí?

– Si dudo de todo, queda la nada, el vacío.

– Bueno, ponte de frente a la nada, párate (metafóricamente) en la corniza de lo que conoces y haz una pregunta a la nada. Pregunta ‘¿Estás ahí?’ Si Dios no está ahí, no escucharás nada, será un vacío y nada habrás perdido, ni siquiera el tiempo, porque tampoco sabemos si el tiempo es real. Di esto: ‘Dios, si estás ahí, ven y entra en relación conmigo’.
Habrá cosas que sean imposible dudarlas como el hecho de que ahí estás tú preguntando, por lo tanto no podrás dudar de ti. Tu presencia será tan clara y distinta que podrás aceptarla como verdadera. Habrás llegado, entonces, a la conclusión de Descartes: ‘Pienso, luego existo’. No significa que existo por el pensamiento, sino que, por el pensamiento descubro que existo, yo estoy dudando y, puesto que dudo, debe haber alguien que está dudando. Eso quiere decir que soy yo.
Habrá otras cosas que sean clarificadas y distinciones que irán saliendo. Por ejemplo, podrás decir que ese ser que duda está contenido en un lugar, un receptáculo que lo trasciende… y podrás dejar de dudar de que ahí está el mundo que lo contiene: habrás percibido entonces tu presencia y la presencia del mundo.
¿Qué otra presencia puedes percibir con tal claridad y distinción como para no dudar?

– Pues, podría decir que tú también estás presente, es decir, eres algo que ahí está.

– ¿y que está presente interactuando contigo?

– Así es.

– Y que al interactuar, estoy imprimiendo mi presencia en ti. Estoy dejando una marca en ti que te permite decir Alejandro ha estado presente aquí. Cuando nos despidamos ¿pensarás que nuca existí? ¿que nunca conversamos?

– No, podré dudarlo pero me es claro que sí exististe, estuviste presente.

– Habré dejado una marca en ti.

– Sí, digamos que dejaste una marca en mi memoria.

– Y no solo eso, ¿podrás recordar nuestra conversación y podrás acordarte de los conceptos de Descartes y su método, pero no podrás volver a ver ciertas cosas de la misma manera, por ejemplo, después del ejercicio, no podrás volver a dudar de tu presencia ni de la mía.

– Entiendo.

– Es decir, mi presencia te ha marcado en alguna medida. Hay presencias que marcan la vida para siempre. Como conocer a un sabio o a un héroe, a una mujer hermosa o a un buen amigo. También como estar frente a la enfermedad o la muerte.

– Oh sí, creo que voy entendiendo. Te dejan una marca.

– y cambias la forma de tomar decisiones, porque cambió la forma en que mirabas el mundo.

– Sí, claro.

– Muy bien, entonces, quiero explicarte algo. Hay tantas razones para creer en Dios como para no creerlo, ¿cierto?

– Pues, yo pienso que son más las razones para no creer.

– Está bien, sin embargo, estarás de acuerdo conmigo en que ninguna de estas razones puede, en realidad, demostrar si existe o no un Dios allá afuera. Es indemostrable.

– En eso estoy de acuerdo.

– y que, al final de cuentas, terminamos eligiendo si creemos o no creemos en una existencia así.

– Pues sí, podríamos decirlo así.

– Lo que caracteriza a un científico auténtico no es que busque argumentos para defender su hipótesis, sino que tiene un deseo último para encontrar la verdad. De ser así, no se trata de defender mi hipótesis sobre la existencia o no existencia de Dios, puesto que no hay argumentos que puedan convencer a una de las partes para aceptar la tesis opuesta.

La forma que te propongo para salvar el problema es ésta:

Date la oportunidad de dudar de todo por un momento, como lo hizo Descartes y establece como criterio de verdad la claridad y distinción. Confía cuando encuentras algo que se te presente con tal claridad que te marque. Hecho esto, en medio de la nada, lanza la pregunta: ‘¿Estás ahí?’

Y si deseas, regresa a tu vida cotidiana y no vuelvas a realizar el ejercicio jamás, pero hazte un favor, permanece abierto, porque si llegar a existir un Dios allá afuera, solo si llegara a existir, él va a buscar encontrarse contigo y, estoy seguro de que se hará presente en tu vida y cuando esto suceda, te marcará.

Es la única forma que yo encuentro para resolver el acertijo. Que él sea quien se acerque a ti y tú experimentes su presencia. Cuando eso suceda no serán más útiles los argumentos, porque para ti no habrá nada más claro ni más distinto que eso.

En cambio, si no hay nadie allá afuera, tú no habrás perdido nada. Jamás se hará presente, pues no existe, pero tú vivirás con una auténtica actitud científica, dispuesto a cambiar tu hipótesis si llegaras a descubrirla en un error. Hay teorías que tardaron siglos en corregirse o en refutarse, pero la ciencia no sería ciencia si se aferra solamente porque cree que algo es verdad, porque algo ha sido creído por siglos. La ciencia siempre está dispuesta a ser falsada, a descubrir que sus teorías puedan corregirse.

– Me parece razonable – dijo

– Y te diré algo más, la razón por la que alguien creyente en Dios puede dejarse matar y dar su vida, o abandonar todas sus cosas y entregarse es porque esta presencia ha sido tan fuerte que jamás ninguna otra cosa le podrá competir. Trasciende el mundo (o receptáculo del que hablamos) y lo trasciende a sí mismo. Agustín de Hipona decía: ‘Más íntimo a mí que yo mismo’. Es decir, estás más presente en mí que yo.
Cuando esto suceda, desaparecerá la pregunta y los argumentos serán poco útiles. Podremos decir que te habrá marcado.

 

 

Bonita semana.

 

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Me gusta el aprendizaje, el crecimiento, contribuir al mundo; amo a mis hijos; explico cosas; comparto mis pensamientos; escucho a los demás; practico la filosofía y el coaching; doy conferencias, talleres y clases a quien se deje; me gusta dejar un pedacito de mí en la vida de las personas.

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