No hay hombre en el mundo al que quiera más…

Padre e hijo en el mar

No hay un hombre en el mundo al que quiera más. 

Lo conocí hace catorce años.

Siempre se caracterizó por ser intrépido. Cuando lo ví por primera vez, traía un lazo doble por el cuello. Se jugaba entre la vida y la muerte. A penas asomó la cabeza y alguien más le retiró el cordón umbilical que rodeaba su garganta. Él la estrenó con voz en cuello. Haciéndose notar. Gritando al mundo. “He llegado, aquí estoy y vine a vivir”.

Tal como es él.

Ingenioso; apasionado para lo que le interesa; aplicado cuando quiere; noble; cariñoso y, sobre todo, soñador. 

Si algo sale de su interés, no hay cómo volver a traer su atención sobre ello. Pero cuando su corazón se aferra a un tema —ya una nueva película de super héroes o ciencia ficción, un juego de fútbol americano, o una nueva técnica para hacer nudos— no existe nada que lo desconecte.

Cuando lo he visto reír, río con él. Cuando lo vi llorar, lo abracé lo más fuerte que pude. Cuando estuvo al borde de la muerte, lo esperé detrás de la ventana, día y noche, viéndole luchar por sí mismo, saliendo adelante, como siempre. 

Es astuto. Lo admiro. 

Tenía menos del año, cuando descifró como bajarse de la cuna. A los tres, se abrió la barbilla, jugando a Superman. Se dislocó el hombro, se abrió los labios. 

Es irónico escuchar su voz en pubertad diciendo entre gallos, “Te quiero papá” abriendo sus brazos como si fuera un pequeño para luego abrazarme oliendo a sudor. 

Ha probado todo, basquetbol, futbol, ping pong, ajedrez, americano. Siempre me deleita observarlo de un costado de la cancha.

No tiene precio poder estar ahí. Cuando gana, cuando pierde, cuando le rompieron el corazón, cuando se ha hecho preguntas existenciales. Agradezco a Dios la oportunidad de ser testigo contiguo de tan mágica personalidad. 

Pido constantemente por él. Confieso que lo extraño cuando no puedo verlo. 

¿Llamarle? Son dos o tres palabras las que comparte en el teléfono… siempre fue así. Pero cuando lo tengo conmigo, capturo en mi memoria todos sus movimientos. Los saboreo como si fueran el banquete más delicioso que hubieran preparado para un rey. No importa la insignificancia del momento. Repaso sus frases y ocurrencias cuando no está conmigo y río. A veces más que cuando las escucho por primera vez. En verdad, me hace reír.

Hoy, en especial, recuerdo cómo llegó. Cómo se presentó ante todos. Hace catorce años exactamente y por eso quisiera brindar por mi hijo, quien me ha robado el corazón una y otra vez. Y de quien no pudiera estar más orgulloso.

Felicidades, Chechu.

Te amo, siempre.

Papá

About the author

Me gusta el aprendizaje, el crecimiento, contribuir al mundo; amo a mis hijos; explico cosas; comparto mis pensamientos; escucho a los demás; practico la filosofía y el coaching; doy conferencias, talleres y clases a quien se deje; me gusta dejar un pedacito de mí en la vida de las personas.