En un pueblo en algún lugar de Francia había una pequeña fábrica de quesos. La fábrica estaba junto a una pequeña granja de donde sacaban la leche para producir quesos de todos tipos. Todos los días hacían quesos diferentes.
En esa fábrica había una pequeña horma de queso llamada Roque. Roque, había sido hecho con mucho cuidado. Mientras lo preparaban escuchó que se trataba de un queso especial que sería utilizado en una ocasión especial. Así Roque estaba ansioso por descubrir cuál sería esta ocasión y cuánto faltaría para que llegara ese momento.
Roque fue puesto en un lugar separado. En una especie de armario y desde ahí veía cómo se fabricaban cada día los quesos.
Veía muy emocionado que se hacían quesos frescos que inmediatamente, después de ser procesados se enviaban a sus destinos: algunos iban a las tiendas, en donde alguna señora los compraría para llevarlos a casa. Otros iban a restaurantes, en donde servirían para preparar ensaladas o algunos otros platillos. Algunos días hacían quesos amarillos, otros hacían quesos blancos y todos ellos eran repartidos conforme iban saliendo de la producción.
Roque poco a poco fue poniéndose triste. Él sequía ahí en el mismo lugar y veía cómo los demás quesos eran distribuidos. Alguna vez oyó decir que existía un tipo de queso que ni siquiera parecía terminado, creo que se llamaba requesón.
Los días pasaron. Roque pensó que tal vez se habían olvidado de que estaba ahí. Tal vez el dueño de la fábrica había cambiado de opinión y ya no quiso usarlo para la ocasión especial o tal vez se había cancelado la ocasión. Quien sabe. Roque ya no se sentía tan especial. Además, poco a poco había ido adquiriendo un color y un aroma más fuerte, que tal vez, ya no lo iban a querer para venderlo porque hasta sentía que se veía cada vez más feo.
Roque se puso triste. Creyó que se habían olvidado de que estaba ahí. La ocasión especial parecía que nunca iba a llegar.
Los días siguieron pasando y la fábrica siguió repartiendo quesos. Hasta que un día apareció un hombre alto con un sombrero muy elegante. Habló con el dueño de la fábrica. El dueño se acercó al lugar en donde estaba Roque, se puso un pañuelo y muy suavemente lo tomó. El dueño lo acercó a su cara un poco y respiró su aroma. Roque no sabía si sentirse alegre o no, pero eso sí, se sentía muy emocionado.
El dueño lo mostró al hombre del sombrero elegante y éste sacó de su bolsa unas cuantas monedas. El dueño se disculpó y regresó a Roque a donde estaba guardado. El señor de sombrero elegante agradeció al dueño y salió. Nunca más se le volvió a ver ahí.
Roque se puso mucho más triste que antes. La ocasión especial se había ido. Y se quedó en el armario sin querer mirar a los demás quesos que salían de la fábrica.
Un día, Roque oyó un ruido extraño. Alguien se acercó y lo tomó. Lo pusieron en una cajita y sin saber qué pasaba de pronto escuchó el ruido como de un motor y dejó de escuchar los ruidos comunes de la fábrica. ¿Qué era? ¿Había llegado ya la ocasión especial? ¿Habría salido de la fábrica?
Efectivamente, un hombre había llegado a la fábrica y lo había comprado y ahora iba en camino.
Cuando Roque salió de la caja, se sorprendió mucho, estaba en una cocina gigantesca. Jamás había imaginado que existiera algo así. Había muchos cocineros todos ellos vestidos de blanco, y todos hacían cosas distintas. Roque los miró y veía cómo iban de un lado a otro con muchos platillos distintos.
De pronto, alguien lo tomó y sin siquiera rabanarlo lo puso en una charola muy elegante. Un señor como vestido de mayordomo llegó y tomó la charola y salió por una puerta. Roque iba sobre la charola muy emocionado. Al salir de la cocina miró un salón grandísimo, lleno de gente. ¡Era un salón del palacio real!
¡Esa era por fín la ocasión especial que tánto había esperado! El mayordomo se acercó a la mesa del rey, y tomando un cuchillo partió un poco de queso. Roque sintió cosquillas, pero estaba muy emocionado. El mayordomo dio el trozo de queso a probar al Rey. Y éste, hizo una cara de asombro:
-“¡Es el mejor queso de he probado de toda Francia!”, exclamó el rey, “Sírvanlo a los invitados más distinguidos”
Y poco a poco fueron sirviendo a Roque. Roque era el queso más feliz de toda Francia, su ocasión especial había llegado. A pesar de que había tenido que esperar mucho tiempo, esta espera valió la pena.