Un carro nuevo, unas vacaciones, un aumento de sueldo, una nueva relación… estoy seguro que allá afuera hay algo que deseas y no has logrado conseguir y te causa dolor no tenerlo todavía. No me importa si está bien o está mal, si es codicia o se trata de un deseo legítimo. Hay algo que deseas y no está. Si además de desearlo y no tenerlo, crees que nunca lo conseguirás, ya sea por que es imposible, porque eres incapaz o porque no te está permitido de alguna manera, el dolor se agrava. Aunque quieras ocultarlo. En el fondo sabes que se agrava y sabes que lo tienes.
No siempre está presente, es cierto. Es un dolor que tienes como anestesiado. No todo el tiempo estamos pensando en lo que nos falta. Pero, cuando alguien aparece ante nosotros con eso mismo que deseamos nos lo recuerda y como rayo brota la envidia. Pero como somos buenos para disimular, en ocasiones lo ocultamos diplomáticamente y sonriendo decimos: «Bien por ti» o «Me da mucho gusto» y luego recalcamos «… en verdad, me da mucho gusto por ti».
Eso no quiere decir que estemos mintiendo, solo no estamos diciendo(nos) toda la verdad. Para resolver la envidia se requiere descubrir que hay una doble reacción interna. Por un lado experimentamos algo de alegría por el bien del otro, no somos completamente egoístas, sobre todo si se trata de un amigo, amiga o un ser querido. Pero por otro lado experimentamos dolor, porque el hecho nos recuerda un anhelo no realizado.
El dolor proviene del anhelo insatisfecho (gusto, deseo o necesidad) y del contraste que se pone de manifiesto cuando el otro está presente disfrutando lo que yo no tengo y quiero y que además creo que no podré tener.
Hay un factor que lo agrava y es la confusión entre carencia e inferioridad. La presencia del otro teniendo lo que yo no tengo constituye «un testimonio de nuestra inferioridad ante el otro que nos hace sentir humillados» (dice Norberto Levy). Eso nos hace un lío adentro. Influenciados por nuestra sociedad hemos atado la autoestima con el tener y el hacer. Y no basta con que yo te diga: «Vales mucho» eso es bullshit! en el fondo seguimos creyendo que no.
En el fondo, nos sentimos menos que los demás porque tienen una casa gigante, un sueldo diez veces superior al nuestro y una esposa que sale en Sports Illustrated. No basta con que te repitas: «yo valgo mucho». Es un nudo de creencias que hay que desmenuzar. Debemos resolver el mal entendido.
Veamos los caminos para hacerlo.
Primer camino: Anestesiarlo, suprimirlo. Decir «nada está pasando». Esto es difícil, nos sentimos tironeados y cuando hemos experimentado la envidia sobre todo en su fase aguda viene el reproche. Nos hacemos un juicio interior y nos decimos «soy malo, soy egoísta, no debería sentirme así, debería alegrarme por mi amigo, soy mal amigo o amiga, mal hermano».
El dolor que un principio se producía por el contraste ahora se ve expandido por el juicio, el reproche, la frustración y la impotencia. Hasta que llega el punto de explotar como envidia destructiva. La llamamos así porque desorganiza nuestra personalidad y somos propensos a perder el control y tratar de hacer o decir algo para que el otro sienta algo equivalente al dolor que estoy sintiendo. Lo hacemos por medio de la crítica, el sarcasmo, la desacreditación y hasta dañando la propiedad ajena o agrediendo físicamente a la otra persona.
Esa conducta genera en nosotros culpa, lo que nos vuelve más indignos aún de conseguir el deseo y producimos un círculo vicioso.
¿Entonces? ¿Cómo puedo desarticular este nudo emocional y psicológico en el que me he metido?
Vamos por partes. La segunda opción inicia con el reconocimiento. Empezamos por reconocer que hay una doble reacción. Puede ser que lo compartas o no, pero, al menos en tu interior, acepta que una parte de ti puede sentir alegría por tu amigo y al mismo tiempo hay dolor en otra parte tuya por haber recordado que hay un anhelo insatisfecho.
Una vez que lo reconoces, lo que sigue es eliminar el juicio y legitimar la emoción. Recuerda que no hay moralidad en las emociones. Así que ese dolor es auténtico y no es ni bueno ni malo sentirlo. Tienes derecho de sentirlo. Lo que está bien o mal es lo que hagas con él y precisamente es lo que tratamos de corregir aquí.
Una vez que hemos reconocido y legitimado el dolor, lo descomponemos. Reconozco que hay algo que quiero. No siempre es lo mismo que tiene mi amigo, por ejemplo el hecho de que él se haya comprado una nueva lancha y yo experimente envidia no quiere decir que tenga un deseo de comprar una lancha también, tal vez lo que quiero es poder tener la libertad que él tiene para salir a pasear los fines de semana, o de disfrutar de un hobby. Otro ejemplo podría ser si alguien nos dice que lo han encargado un proyecto importante, eso no quiere decir que envidiemos el proyecto tal vez se trate del reconocimiento que consiguió. Por eso habrá que escudriñar un poco para descubrir de qué se trata.
Cuando alguien consigue algo que anhelo y yo lo considero posible o alcanzable me inspira, me produce admiración, no envidia. Me entusiasma a esforzarme para conseguir lo mismo y sí puedo alegrarme con él. Si hay envidia es porque de una u otra manera considero que hay un obstáculo que no puedo sortear.
Entonces seguiremos por preguntarnos «¿por qué no he logrado cubrir este deseo? Esta pregunta nos puede colocar en un plano de responsabilidad y puede ser que aquí encontremos posibilidades de actuar, como lo platiqué en un post anterior.
Puede ser también que nos encontremos con una distorsión. Hay tres distorsiones de la realidad que impiden que bloquean nuestra acción y minan nuestra esperanza. No se trata de realidades, sino de malas interpretaciones que nos hacemos. Nos hacemos una opinión de nosotros mismos y de la situación en la que estamos pero a veces ésta yace en el fondo, necesitamos sacarla a la superficie y saber si está distorsionada.
Estas tres distorsiones son:
- Creo que no se puede. Lo que quiero es imposible, nadie puede lograrlo, ni yo ni nadie, nunca jamás.
- Creo que yo no puedo. Tal vez sea posible, pero yo no tengo la capacidad o habilidad para lograrlo o conseguirlo y nunca la tendré.
- Creo que no merezco. No me está permitido, porque no valgo o porque no sirvo, o simplemente porque personas como yo no debemos tener eso.
En muchas ocasiones, estas creencias son falsas y están infundadas. Para poder deshacer el nudo de la emoción que estamos tratando, podemos desafiarlas una a una y descubrir las barreras internas para conseguir lo que buscamos.
Como ves, al igual que todas las demás emociones, la envidia puede ser fuente de gran aprendizaje. Lo interesante es que, como mensajera, una vez que ha llevado el mensaje y lo hemos entendido: que hay un anhelo que teníamos dormido y bloqueado por nosotros mismos, podemos agradecerle y ésta disminuye en intensidad cuando sucede. Más aun, cuando nos ponemos en visión de responsable y tomamos manos a la obra.
Si puedes realizar esta tarea interior tantas veces como sea necesario, y te sientes enriquecido por este aprendizaje, ya no será necesario destruir los logros del vecino para equilibrar el contraste, ¿no crees?
¿Qué sucede si se activa un deseo que en verdad no puedo realizar, como por ejemplo participar en las Olimpiadas o viajar al espacio? Esto implica una aceptación y reconciliación con la realidad. La cual será definitivamente más sencilla cuando haya pasado por el proceso de descomposición que hemos descrito y si nos alimentamos de los logros y bendiciones que hemos experimentado en el pasado, pudiéramos descubrir que tenemos una cuota suficiente de anhelos cubiertos en la vida y aún más, como para solventar el que no podamos participar en las Olimpiadas este año o viajar al espacio, o cualquier otra cosa similar. Esta actitud se logra con la práctica constante del Agradecimiento. Te contaré de eso la próxima semana…
Bonita semana.
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Gracias por compartir… por la reconstrucción lingüística de la emoción de “la envidia”, me queda mucho más claro y me abre posibilidades… aceptar mis habilidades y agradecer por todos mis logros… a reencuadrarme…