Listo para apestar de nuevo

A todos nos acompañan nuestros gremlins, no es una mascota digna de sacar a pasear, pero es necia para quedarse en casa a esperarnos.

Es curioso, muchas veces he pensado que mientras más logros personales vaya sumando a mi portafolio mayor seguridad puedo ir obteniendo y entonces el mal del perfeccionismo y el temor al fracaso deberían ir disminuyendo, según la literatura sobre la autoeficacia. Pero no me ha resultado de esta forma.

En ocasiones un logro se convierte en un aumento en el grado de dificultad. «¡Lo hice bien! Quiere decir que puedo…» pudiera ser el diálogo interno. Sin embargo, escucho a mi crítico interior tomar más fuerza y amenazarme con intensidad: «¿Cómo le harás ahora?… ¿eh? ¿Cómo vas a sacarnos de esta? Has subido la canasta, ¡maldita sea! Ahora será imposible superarnos»

¡Miente! yo lo sé…. pero por alguna extraña razón, yo se la creo…

Porque en la mente se encuentran las marañas que nos detienen. ¿Cómo salir de aquí?

Me sucede ahora que llega el verano, cuando estoy por concluir mi segunda publicación y digo ¡Diablos! No me gusta lo que he escrito. Suena a libro de texto. ¿Cómo le va a interesar esto a la gente?

— Pero puede ser que aprendan — me digo

— ¿Cómo van a aprender si se quedarán dormidos en la segunda página? — me contesta el gremlin.

Hace un año empecé a escribir Hazlo con la sola idea de escribir por que sí. Estaba listo para hacer un Worst-seller, y no lo ha hecho tan mal. Cuando estuve listo para fallar entonces pude hacerlo. Pero luego que me fue tan bien, o por lo menos mucho mejor de lo que yo esperaba, ¿Cómo le hago?

¿Cómo me preparo nuevamente para el fracaso? He sentado un precedente.

Por esto debo estar dispuesto de nuevo a apestar. Esto se llama vulnerabilidad.

Esta semana ha sido una semana intensa, llena de grandes regalos. Estamos terminando el semestre y la vida me ha permitido –si no ver los frutos del trabajo en los alumnos– sí he visto un gran número de flores emergiendo.

No hago otra cosa en el salón que abrir mi mente y corazón y voltearme como calcetín. Es como cuando de niño estirabas el fondo del bolsillo para vaciarlos delante de tus compañeros y compartir algunos dulces.

Sólo he compartido los dulces que la vida me ha permitido aprender y me han regresado más de lo que pensé.

Está el hombre fuerte y duro de negocios, que me comparte el dolor de ver a su hija sufriendo por la enfermedad; el chavo introvertido que vive dentro de su mundo y se desespera por entrar en contacto con el exterior y compartir sus sueños; la chica que me dice que ha encontrado nuevas razones para vivir.

No he hecho nada por ellos, sólo me he hecho presente. Sin embargo, basta esto para mucho, porque cuando estamos ahí y nos encontramos entonces crecemos ambos, crecemos todos.

Son los salones de clase momentos de luz y de crecimiento. Nada le da más riqueza que la luz que cada uno comparte, cuando expresamos nuestros sentimientos y sueños, nuestras frustraciones y fracasos. Pero conforme vamos aprendiendo juntos que somos un regalo del cielo, que hemos creado capas y más capas para protegernos a nosotros mismos y escondernos, para que no nos hagan daño los demás, para ser aceptados y encajar desde pequeños, entonces escondemos precisamente aquello que hemos venido a traer.

Ver florecer a estas personas vale más que todos los negocios de la vida, aunque estas personas que esperan mi charla (estoy por hablar con un grupo de ejecutivos en unos minutos) puedan decir que nunca se reflejará en su estado de resultados.

Yo pienso que sí.

Porque no hay más riqueza que ser lo que viniste a ser y para eso hay que hacer mucho trabajo.

Ésta ha sido una semana de encuentros, de dejarme tocar por almas increíbles, y pienso que sabes a qué me refiero exactamente, sobre todo si tú estuviste ahí. Te doy las gracias por dejarme ser parte de esta experiencia, me alegra ver cómo no eres la persona que entró por la puerta el primer día de clases, posiblemente tarde. Que tomaba notas con la cara de intriga y que en ocasiones decías «¿por dónde va este filósofo loco? ¿A dónde quiere llegar con eso?»

La gente ya no se detiene a ser, está tan ocupada haciendo que dejó de dedicarle el tiempo a simplemente «estar ahí». Pero estos días, le doy gracias a Dios por todos los que estuvieron ahí, porque hubo magia en la sala, porque el brillo de los ojos de todos los presentes resurgió y no hay experiencia mejor que esa para mí como profesor.

No me considero maestro, solo un compañero de vagón en el tren de la vida dispuesto a vaciar sus bolsillos delante de ti y compartirte lo que he juntado durante el camino. Tal vez fracase en muchas cosas, tal vez sí se trate de un libro aburrido de texto, pero quería recordarme una vez más que se puede «Aprender a ser feliz». Espero que sí haya quien lo lea… y si no… pues ni modo.

Después escribiremos otro.

Bonita semana,

Alex

PD. Por cierto, gracias y mil gracias porque el regalo que me diste al dejarme ser tu compañero, porque un profesor no es más que un aprendiz que llegó antes, ha sido un honor, he aprendido mucho de ti y… soy tu fan.

About the author

Me gusta el aprendizaje, el crecimiento, contribuir al mundo; amo a mis hijos; explico cosas; comparto mis pensamientos; escucho a los demás; practico la filosofía y el coaching; doy conferencias, talleres y clases a quien se deje; me gusta dejar un pedacito de mí en la vida de las personas.