«No llegueis a pecar. Que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. No dejeis lugar al diablo» Ef. 4, 26-27
«Cuanto más penosas son las consecuencias del enojo que las causas que lo produjeron» Marco Aurelio
Vivimos en una sociedad que pareciera que ha perdido los estribos y lo peor de todo, parece que nosotros los hemos perdido junto con ella. Ya sea que alguien se nos atraviese o nos cierre el paso en el tráfico, que un compañero nos quede mal en la oficina o, incluso que la cena no quede lista a tiempo, las ocasiones de enojo en nuestro día a día abundan. Y no se trata de que la vida haya empeorado y ahora estemos en un mundo más amenazante, sino que pareciera que nos hemos vuelto más vulnerables y sobrerreaccionamos en lo que respecta a nuestra ira.
Pero sucede que, por lo general, con el enojo empeoramos las cosas. Tenemos actualmente la experiencia de que cuando nos enojamos las cosas terminan peor que cuando iniciamos, como lo dice Marco Aurelio. Muchos van por la vida sin que les importe esto, simplemente reaccionan, se enojan y empeoran sus circunstancias y no hacen nada más. Culpan al resto de las personas por sus miserias. Destruyen sus relaciones, sus familias, su autoestima. Todo.
Pero para muchos otros, esta es una realidad que queremos evitar. ¿Cómo hago entonces para no quedar peor que antes?
Entonces optamos por «no enojarnos». Pero ¿cómo hacer esto? Algo sucede, que interfiere con mis expectativas, siento frustración, inconformidad, percibo amenaza y enojo, pero… no quiero empeorar las cosas. Así que optamos por «Guardarnos el enojo». Lo tragamos. Sin embargo la fuerza emocional permanece ahí, la podemos dormir, intentar apagar, pero se va acumulando.
Por un momento parece que estamos bien pero después, explota. Y a la menor provocación tenemos reacciones desproporcionadas. Supongamos que un compañero de trabajo ha fallado en algún compromiso que hicimos. Y como no quiero «empeorar las cosas» simplemente no le digo nada. Al día siguiente falla otra vez y no digo nada. Así durante varios días, hasta que un día, tira un papel fuera del cesto de basura y explotamos lanzando una serie de ofensas contra él.
Nuevamente, echamos todo a perder y estamos en un dilema. Pareciera un engaño, como aquél juego de niños donde lanzabas una moneda al aire diciendo «Si cae águila yo gano, si cae cara tu pierdes» (Nota: En México, las monedas solían tener de un lado el escudo nacional, que es un águila, y por el otro el rostro de algún personaje histórico).
Aprendamos qué es el enojo y cómo utilizar esa energía para que podamos resolver el problema que nos enoja en lugar de agravarlo.
El enojo o ira, es una emoción, como tal, no tiene ni bondad ni maldad en sí misma. Las emociones son solo indicadores. El enojo, como el miedo, es una señal que indica que hay alguna amenaza para mí. La esencia del enojo es ser una respuesta a una expectativa, deseo o necesidad frustrada.
Las emociones son respuestas emitidas por nuestro cerebro primitivo (amígdala), y parece ser un remanente de nuestros antecesores de las cavernas. Imaginemos que vivimos en la prehisoria. Ante una amenaza, digamos una bestia que nos encontramos en el bosque, nuestro cerebro primitivo percibía una señal de alerta por presencia de una amenaza. La pregunta que podríamos hacernos como cavernícolas es: «Lo como o me come». Así que el cerebro primitivo sacaba una reserva de fuerza que nos ayudara a salir de la amenaza, huyendo (si me puede comer) o atacando (si lo puedo comer). Estas dos fuerzas eran el miedo y el enojo. El problema es que ahora nos enojamos, no solo porque se nos presente una amenaza de la que dependa nuestra vida, sino por casi cualquier otra cosa que parezca frustarnos.
Nuestra capacidad de frustración es otro tema. Por ahora me preocupa hablar de qué hacer con el enojo que ya he experimentado. Supongamos que mi esposa no ha recogido un traje de la tintorería y yo contaba con tenerlo listo para una reunión de negocios importante en esta tarde. ¿Qué hago con esa carga emocional?
El enojo es una acumulación de energía cuya esencia es darme más fuerza para resolver el problema que me enoja.
Cuando experimento el enojo, puedo distinguir diversos caminos a seguir, por donde puedo dirigir esa fuerza. Yo puedo decirle a la persona con la que me enojo alguna ofensa. Puedo decirle a mi esposa que «es irresponsable, que no le importo, etc.» Expreso mi enojo para herir a mi esposa, hacerla sentir mal y «castigarla» por haberme causado este problema. (Pongo castigar entre comillas, porque es un castigo falso, creo que tengo autoridad para hacerle pagar las consecuencias y aplicarle un castigo, pero en realidad se trata de una venganza).
Por supuesto que cuando ella escucha esto, se siente lastimada y devuelve la agresión diciéndome que yo soy un desconsiderado, que no me importa, etc. Así podríamos continuar la lista. Entramos en un círculo vicioso. Si esto sucedió por la mañana, todo el día cambia de dirección. Ni resolví mi problema, porque ahora ella no quiere ir por el traje y empeoré las cosas. Me he quedado sin el traje, sin contacto con mi esposa y, muy seguramente, afectaré mi desempeño en la supuesta junta importante.
Muchos de nosotros creemos que enojarse es hacer eso: devolver la agresión percibida.
Hay otra posibilidad, que algunas personas la utilizan y es callarse, resistirse, frenar la fuerza. Someterse. Estas personas piensan que están salvando el problema de empeorar la situación. Pero lo cierto es que están sacrificando todo: no se resuelve el problema, no alcanzan sus sueños y, por lo general, se enferman. Se piensa que el enojo reprimido es la causa de diversas enfermedades, principalmente el cáncer.
Entonces, ¿qué más puedo hacer?
Hay otra posibilidad, que es concentrar mi demanda en la solución del problema. Puedo decir: «Mira, yo espeaba que ese traje estuviera listo. Lo necesito. Se trata de una reunión muy importante para mí, he preparado mi presentación desde hace varios meses y puede significar un cambio en nuestra situación económica en la familia, si el cliente acepta lo que voy a presentarle. Te pido dos cosas: primero, que respetes el valor que le doy a esta expectativa, para mí es importante contar con ello. Segundo, quiero saber qué puedes hacer para tenerlo listo antes del mediodía.»
¿Qué estoy haciendo aquí? Doy una razón de mi enojo, presento la relevancia de mi expectativa y segundo, presento la demanda que me «desenojaría». Ésta última palabra es la clave.
Veamos, hay una amenaza, ya estoy enojado, la energía comienza a crecer y yo puedo orientar mi mente hacia una pregunta: «¿Qué es aquello que me desenojaría?» Cuando doy con ello, ejecuto los dos pasos: reconozco mi enojo y enuncio su relevancia y, después, hago un pedido. Me encargo del problema.
[…] de los mecanismos que utiliza para protegernos de amenazas. Hace tiempo escribí acerca del enojo (puedes leerlo aquí). Cuando estamos enojados, nuestro sistema límbico se ha apoderado de nuestro cerebro y está en […]