Los días pasan y nos acostumbramos a todo. Creemos que la vida siempre ha sido como es ahora. Damos por sentado que habrá luz, agua caliente, aire acondicionado, internet y que mañana será igual. Creemos que debe ser así.
Consideramos que la salud estará siempre ahí; que ni a nosotros ni a nuestros seres queridos nos pasará nunca nada. Es un fenómeno común de la adolescencia llamado la Fábula Personal, consiste en creer que somos especiales, que si algo es peligroso para otros, no lo es para nosotros. Creemos «a mí no me pasará».
Con frecuencia le decimos a nuestros hijos, cuídate de esto o de aquello y nos responden «no pasa nada, Papá» o «no te preocupes, yo puedo solo».
Lo cierto es que aún nosotros de adultos conservamos ésta y muchas otras actitudes de la adolescencia. La primera de todas, es dar por sentadas las cosas.
Creemos que la vida nos pertenece, que los hijos nos pertenecen, lo mismo que la salud, el trabajo, el dinero, la casa y lujos que tengamos. Creemos que el tiempo es nuestro y nos quejamos de que no es suficiente.
La vida no es tuya. Nada lo es.
Todo es regalo. Nadie nos preguntó si queríamos venir a este mundo, nos regalaron la oportunidad y tampoco nos preguntarán cuándo queremos irnos, simplemente sucederá y será en cualquier momento.
La vida de gratitud ha sido estudiada recientemente por la psicología como una de las acciones que traen mayor satisfacción. Pero más que satisfacción la gratitud trae libertad.
Cuando vemos todo como un regalo y somos agradecidos, no somos pertenecimos por nada. Este lugar es un regalo, esta mañana es un regalo, el tiempo, tus talentos, tus conocimientos, tus cosas. Todo lo es. Y no tiene que ser sólo para ti.
En sus Ejercicios Espirituales, Ignacio de Loyola habla de un Principio y Fundamento de la vida, aquello en lo que debemos centrar nuestra vida y es que «el hombre fue creado para estar con Dios y alabarle» y que «todas las cosas son creadas y deben orientarse para ayudarle al hombre a esto».
Cada año, en Semana Santa salimos de nuestras comodidades para compartir nuestro tiempo y visitamos comunidades en el campo cercano a nuestra ciudad. Visitamos las casas de la gente, reflexionamos con ellos los pasajes de los últimos días de Jesús y compartimos la fe. Recibimos más que lo que damos.
Son días intensos y maravillosos. Es toda una experiencia para mí ver como mis hijos sacan fuerzas que nunca había visto para visitar una casa más y hablan de Dios cómo yo no sabía que podían. Me sorprendo de verlos y aprendo de ellos.
Hoy estoy por iniciar el día y contemplando la naturaleza, antes de que todos despierten pienso en esto, que doy las cosas por sentadas, cuando al final todo es Don. Todos es un regalo.
El Padre Gerald Fagin, S. J. sugiere tres conclusiones extraídas del Principio y Fundamento:
Lo primero es que el Principio y Fundamento es una llamada a la Gratitud. Ignacio decía que el mayor pecado era la ingratitud, que ésta nos hacía creernos merecedores y dueños de la cosas y utilizarlas a nuestro placer en lugar de usarlas para la gloria de Dios. La gratitud nos permite descubrirnos libres de la cosas y disponer de ellas sin ataduras.
La segunda conclusión es que si hay un dador de todo, puede nacer en nosotros la confianza. Confianza en su providencia y en que todo confluye para nuestro bien conforme a su voluntad. Por esta razón cuando extrañamos algo, podemos confiar en que en su momento llegará, en que la falta tiene significado y que estará lo necesario para nuestro provecho conforme a la voluntad de Dios.
Por último, somos llamados a ser administradores. Solo eso, administradores de los dones internos y externos que tengamos «a la mano».
Me pongo a pensar cuánto me preocupo por conseguir las cosas y de agradarte a ti y a los demás. Y cuánto me empeño en decir esto o aquello y en ver cómo lograr una cosa u otra. Y en lugar de liberarme, más me enredo.
Me preocupo por cumplir «mis objetivos» por alcanzar «mi éxito» y al final por cuidar «mi reputación». No estoy seguro de que esta actitud sea liberadora, sobre todo cuando descubro que cada vez experimento más miedo y presión.
Pienso qué hay una conclusión más, una cuarta, y es que esta vida de gratitud nos abre a los demás. Con gratitud la envidia no tiene cabida, tampoco la avaricia. Brota entonces la generosidad y aprender a alegrarte con los demás.
Estoy junto a personas que tienen talentos extraordinarios. Los veo y pienso cuánto me falta para ser como ellos. Y cómo hacen grandes cosas y cómo yo apenas y puedo con lo mío y, a veces, ni eso. Entonces medito, doy gracias, confío, o al menos procuro hacerlo y pienso qué tendré yo para ellos. Uno o dos regalos que tenga conmigo para darles basta. Desde un abrazo, una palabra o una mano para cargar algunas cosas. Tengo mi tiempo, puedo servir, puedo atender a alguien.
De niño, cuando jugábamos a los súper héroes todos queríamos ser Superman, pero no podíamos serlo todos al mismo tiempo… todos queremos ser el mejor, el primero, el líder. Y es esta cultura megalómana, donde sobrevaloramos a los caudillos, a los héroes, a los hombres y mujeres poderosos. Queremos ser, queremos hacer, queremos tener.
Tal vez deba acotar mi discurso y aceptar que «quiero ser, quiero hacer, quiero tener». Tal vez sea yo el único que batallo con esto. También admito que me cuesta agradecer.
Sea como sea, hoy me siento invitado, y tal vez te puedas sentirlo tú también, a dar gracias, dejar de dar las cosas por sentadas y cambiar de actitud, a vivir al menos hoy, un poco más libre. Tal vez esta semana sea una buena oportunidad para ello.
Bonita semana.
Gracias.
Gracias por compartir, Alex, me vino como anillo al dedo en varias de tus reflexiones.
Es correcto… somos administradores. Cuando entendemos que nada es nuestro y se lo entregamos a Dios, para que luego él nos lo devuelva a manera de encomienda, cambia nuestra perspectiva de muchas cosas. Gracias por compartir!