«Los sueños no pagan las cuentas» («dreams don’t pay bills) le grita furioso Arthur (Dennis Quaid) a su hijo Brat (J.Michael Finley), mientras sostiene en sus manos un casco de cartón con el que el hijo jugaba. «Deja de soñar, eso solo sirve para evadir esta realidad en la que vives».
Ante el asombro del niño y la impotencia de su madre, el papá sale de la casa y arroja el juguete hechizo de cartón a un tambo en llamas, donde él mismo quemaba sus «sueños de gloria» (su equipo de protección de football).
Ésta es una escena de la película cristiana I can only imagine, que ayer vi. Cuando llegan películas como esta, nadie se entera. Las proyectan en dos o tres salas en toda la ciudad y pasa desapercibida detrás la campaña masiva del estreno de moda. Pronto la quitarán del cine así que, si quieres un consejo, apresúrate a verla.
Hay diferentes tipos de sueños:
- Los sueños del ego, son sueños de grandeza de aceptación. Soñamos con ser algo que no somos, tener algo que no queremos en realidad. Soñamos con encajar, con ser importantes para otros, con ganar.
- Los sueños del Yo (self) son distintos. Son sueños del hombre o mujer real que yace dentro de nosotros, que espera salir a la luz, que quiere manifestarse. Son los sueños basados en la esencia.
Cuando pienso en esto, pienso qué hay que soñar «en la zona». La zona es el llamado, el concepto del erizo (la historia que conté antes), el Inagi, la vocación.
Recuerdo que una ocasión abrieron una pequeña fonda de comida europea cerca de la casa. No recuerdo bien de dónde eran los dueños. Eran de Europa del Este. No estoy seguro si eran de Bélgica, Hungría o Checoslovaquia (todavía existía).
Fuimos a conocer el lugar un viernes por la noche. Nos recibió un hombre de barba, simpático, bastante relleno. Había una niña de ocho o diez años, rubia de ojos azules. Con su cabello recogido y blusa de rallas, tenía un mandil impecablemente blanco, que le quedaba bastante grande. Sostenía una libreta pequeña y mientras tomaba nota con su lápiz rosa nos iba preguntando a cada uno qué deseábamos tomar. Detrás de La Niña estaba su madre de pie, escuchando la orden para asegurar que no se perdieran detalles. La madre sonreía a la vez complacida y apenada. Mientras nosotros admirábamos a la familia atendernos como reyes.
Le preguntamos sobre ellos, sobre su historia, cómo habían llegado a Monterrey, cómo es que habían pensado en poner una fonda y cómo estábamos sorprendidos de que la familia completa trabajara ahí.
Nos contó el dueño del lugar una historia de su tierra (perdona por no recordar exactamente de dónde era). Según las tradiciones de su país, nos dijo, no somos nosotros quienes hacemos nuestros sueños, sino que los sueños existen allá afuera. Son como hadas o duendes que viven en el bosque y son ellos quienes buscan a los hombres o mujeres indicados en quienes sembrar su mente para hacerse realidad. «No eliges tu sueño», me dijo el hombre, «el sueño te elige a ti». «Por eso», nos dijo finalmente, «Yo creo que la fonda nos escogió a nosotros y no al revés».
Vivimos en un mundo que ha sido construido por líderes, que fueron llamados locos. Gracias a Dios, muchos de ellos no escucharon las voces de los demás. Enfrentaron al monstruo de «EL OTRO».
Por eso distingo entre los sueños del Ego y los sueños del Yo. Los sueños del ego provienen de nuestra máscara, la imagen que queremos proyectar, los sueños del yo vienen de adentro, del fondo, de lo que somos. Ambos sueños combaten dentro de nosotros.
De la misma manera como en la historia del Evangelio donde el sembrador esparce la semilla de trigo pero su enemigo disemina la cizaña entre las plantas a penas germinando. Así también dentro de nosotros habitan nuestros sueños del yo en medio de sueños del ego.
Hace un poco más de cinco años, conocí a Jesús Adrián Romero en un vuelo. Antes de abordar, mientras esperábamos en fila, en el aeropuerto, me acerqué a él y conversé un poco, le dije cuánto me gustaban sus canciones y que había ido a uno de sus conciertos. Incluso me tomé alguna fotografía.
Al subir al avión descubrí que teníamos asientos contiguos. Así que seguimos platicando todo el viaje.
— ¿Cómo sabes qué es lo que Dios quiere para ti? ¿Cómo descubriste que «lo tuyo» era cantar»? – Le pregunté.
— Lo primero – me dijo – lo que Dios quiere de ti es algo que te gusta mucho. Dios puso el deseo dentro de ti, quiere que seas feliz, y por eso te ha puesto este deseo. Cuando haces lo que Él pensó para ti, disfrutas, te hace feliz.
Segundo, es algo qué haces muy bien o, al menos, tienes la capacidad de hacerlo. Tal vez tengas que practicar mucho, pero tienes el don, el talento. Dios no hace las cosas mal, así que si te pensó para algo, te ha puesto los talentos necesarios para lograrlo. Tampoco desperdicia, así que no te ha dado talentos que no fueras a requerir fuera de este llamado.
Por último, somos un don de Dios para los demás, por eso, lo que Dios quiere para ti es algo que el mundo necesita. Es un regalo que Dios quiere dar a sus hijos. Así qué haces mucho bien con ello.
La plática fue larga, todo el vuelo conversamos y, de haber dispuesto de más tiempo, habríamos seguido. Nos despedimos al llegar a nuestro destino. Intercambiamos contactos y me dijo: «Nada pasa por casualidad, tal vez un día, probablemente dentro de cinco años, descubramos el porqué de encontrarnos aquí».
¿Los sueños no pagan las cuentas?… a veces no. Pero no venimos al mundo a pagar cuentas. Los sueños se alcanzan con trabajo, con liderazgo. Solo cuando un sueño se materializa es que da para pagarlas, tal vez ni eso, pero no hemos venido aquí para pagar. Hemos venido aquí para contribuir.
Materializar los sueños es como dar a luz, es un trabajo de parto. Algunas mujeres tienen hijos sin dolor. Pero hay otras que deben aguantar durante horas. Algunas ponen en riesgo su vida. Los dolores del parto se tienen ubicados como los más altos en la escala de dolor que siente el ser humano. Mientras sucede, hay llantos, hay gritos, hay dolor. Pero dolor y sufrimiento no es lo mismo. ¿Cómo puede soportar tanto una madre en estos momentos? Se requiere amor. No puede ser de otra manera.
Para conquistar un sueño «hay que currar», como dicen en España. No hay de otra. Tal vez haya que pasar hambre, sueño, tal vez haya que pasar dolor y ser expuesto a las burlas y reproches de los demás. Habrá que dejar algunas cuentas sin pagar y noches sin dormir. Pero una cosa es cierta, si una madre se rehusara a dar a luz, mueren ella y el hijo de sus entrañas.
Por eso hay tantos que andan «como muertos» por ahí, porque no han estado dispuestos a «parir» sus sueños, a responder su vocación, a realizar la misión que tienen.
Volviendo a la película, se trata de una canción. Brat Millard es vocalista de la banda MercyMe y se hizo famoso por su canción I can only imagine. Tal vez la recuerdes porque era la música de fondo de un video viral hace algunos años, de un padre que lleva a su hijo paralítico a correr un triatlón.
La película recorre el camino del héroe que tiene un talento, recibe un llamado, se reusa a responderlo, pero que, un día, la vida lo arroja a la aventura. Y comienza un viaje de búsqueda, comienza el parto. Primero debe encontrar «su sueño», luego «su voz», por último «su canción». De una vida de dolor y lucha sale un testimonio hermoso del amor y, al hacerlo, cambia la vida de las personas que toca. El sueño nace, florece y da fruto.
— Me tomó como diez minutos escribir la letra de esta canción, dice Brat en una escena, y otros diez minutos escribir la música.
— No, responde Amy Grant (interpretada por Nicole Duport), te tomó una vida escribirla.
Por supuesto, hay que ir ver Infinity War este fin de semana – Alex Jr no me lo perdonaría-. Pero date también la oportunidad de ver esta otra, sobre todo si dentro de ti hay un sueño que clama por salir. Aquí te dejo el trailer.
Bonito fin de semana.